Una magnolia despertó esa mañana más fresca, radiante, hidratada y erguida que nunca, a la vez que una mutisia saludaba al sol desde su libertad eterna. Ella, en cambio, despertó oyendo un arroyo de lamentos, como si fuera el camino de no me olvides que la acompañaba desde niña al salir de su casa, y pintó de azul celeste su rastro, tal como la pequeña flor. Tan azul era su pena, tan pequeña su tristeza, que de pequeña era gigante, de un azul gélido, escalofriante. Quiso sonreírle a sus ojos en el espejo, pero solo pudo ofrecerle lágrimas que cayeron como perlas hasta sus susurrantes labios. Quiso saborear su pena, pero era tan fría que ni siquiera gusto pudo encontrarle. Caminó hacia la puerta, dejando su sendero de no me olvides que acompañaba el arroyo de sus lagrimas por la casa, el cual se convirtió en cascada, al ver ella el sendero que estas dejaban. No hay lluvia ni caída de agua que no concluya en arcoíris, ya que el sol siempre está, como no hay llanto que no termine en una sonrisa. Al salir, la rosa peonia la saludo sonriente, y lo mismo hicieron las lilas y el diente de león,, aunque los pensamientos prefirieron quedarse con sus mentes, pensando y pensando detenidamente. Por alguna extraña razón, su corazón empezó a latir muy fuerte, guiándola junto a su bicicleta como descontrolada hacia el rio más fértil. El arcoíris de su pena comenzó a hacerse dueño de su rostro entero y, mientras aumentaba la velocidad de su bicicleta, la de su corazón también lo hacía, iluminando así sus ojos de una felicidad atrevida pero sincera. Sus carcajadas y jolgorio comenzaron a atenuarse, a la vez que comenzaba a adentrarse en el bosque. Fue entonces que su sendero de no me olvides paso al frente y comenzó a guiarla, presentándole en el camino a las mutisias, los amancay y la menta, mientras la llevaba por la hierba hasta la cascada y su arte. Una vez allí, se sorprendió al sentir que su pielera adornada con diamantes dulces y saltarines, aunque gélidos y aturdidores. Allí estaba su esencia: en el rocío juguetón de una cascada de diamantes, que le ofrecía a cada segundo, arcoíris bulliciosos, llenos de vida, chorreantes. Si hay sonrisa, ya no hay pena, siempre y cuando esta sea sincera. Mientras el sol siga saliendo, lloverán arcoíris desde el cielo. Cuando una sonrisa se escapa, hay que ir a buscarla a una cascada que contagie de agua pura, arcoíris de diamantes y sonrisas con el corazón galopante. No me olvides te acompaña, porque no olvidando se recuerda, que olvidando uno se pierde de las cosas buenas del alma.