30-1-2012



Mi intención primera era ponerme a escribir. No era la de escribir algo bello ni poético (vale aclarar que ambas cosas no siempre van de la mano).
Mi primera intención se vio entonces abrumada por mil pensamientos huecos y vacios que en ellos no albergaban más que ansiedad, tristeza, locura y silencio, silencio y más silencio. Quise escapar de éstas intrusas, que no hacen más que amargar la poca dulzura que me ofrece la vida, y supe entonces que, cuando las dejamos entrar aunque sea una vez en nuestros corazones, ya no hay forma de desacostumbrar nuestros miedos a depender de ellas, y pude ver que querer escapar de uno mismo es el reflejo más natural que nos nace como seres, y no solo humanos… supe, además, que los de corazón puro son quienes sufren, porque solo un corazón puro es capaz de ver con certeza lo que es capaz de hacer el mundo por él y también de lo que es capaz de hacer el veneno. Me pude dar cuenta ante tal hallazgo, de que el veneno no viene en pequeñas cantidades, ni en envases de vidrio, que el veneno más letal viene envasado en carne, que no hay dosis pequeñas, sólo existen las mortales.
El veneno que se escurre de mis manos al papel se está encargando de empapar de ausencias mis relatos, de albergar dolor en mis prosas y tristeza en mis poesías… El veneno que impregna mi mano izquierda, hace que mis ojos se detengan y no puedan ver lo que está creando.
¿Cómo es posible crear cuando se está envenenado? ¿Cómo es posible desintoxicar un alma que no hace más que sentirse parte de un silencio desgastado?
El silencio sumado al silencio cose veneno destilado. El silencio envenenado, desgarra lo bueno, se alimenta de lo amargo.

1 comentarios:

Publicar un comentario