Antes cuando todo era nada, nos sentábamos a ver nuestra paz, que rondaba por la niebla desnuda y vacía buscando algo de amor para crear suspiros. Luego las cosas fueron cambiando, la paz se marcho y nos dimos cuenta de cuan acompañados estábamos, nos sonreímos y abrazamos, sentimos nuestra piel. Después aprendimos a caminar y corrimos, nos soltamos el cabello y el viento nos floreció la memoria, dejándonos nostalgia en las huellas. Era la vida la que nos moldeaba, libres y dispuestos al mañana. Pero un día nuestros parpados confundieron al silencio con navajas y llego la guerra, que forjo imperio tras imperio tras imperio, dejándonos milenios de historia ensangrentada. Y una mañana de verano volvió la paz con la tenue brisa del mar dorado. Se quedo un momento perpleja por ver lo que sus ojos le contaban, creyó que no éramos esos que alguna vez fuimos y se fue a buscarnos pensando que lo de antes aun existe.
‎...Esos suspiros ruegan ser creados nuevamente, y tal es el ruego que, se olvidan de ser espontáneos... pero ya no es la paz quien los crea, sino la necesidad de encontrarla. La compañía se volvió rutina, un deber del infinito impuesto por los dioses que celosos le arrancaron lo mágico y la volvieron agonía.
¿Cuanta vida habría de necesitar el hombre para seducir la vida? ¿cuanta esencia necesitaría el alma para saturar los miedos que la reprimían?
Se acababa la vida, escaseando de alma, y el amor furtivo aún más se acobardaba, y se encerraba en la mente de quienes lo encontraban... Ya no puede hallar por si solo al corazón, las navajas siguen siendo espirales en la nada, que se retuercen transformandose en guerras que al amor apagan... Los dioses ya no celan la virtud primaria del ser humano... los dioses ahora temen, y lloran "¿de que pueden ser capaces estos si los dejamos?" mientras las gotas destiñen sus mantos







Llao Navarra, Ayuburí

Su corazón latió una vez más al compás del viento... Era lógico saber que cuando las hojas se levantaban una a una, simultáneamente se despertaban sus sentimientos. Sólo quién pudiera ver y apreciar su alma podría finalmente descifrarlo.
Sus ojos se perdieron siguiendo aquella rama que, hoja a hoja, se alejaba, sin ser capaces de escuchar el susurro detrás suyo de los brotes nuevos que se aproximaban.
El viento susurró, y su madre mientras tanto todo esto observaba. Tiempo atrás había visto volar de la misma forma a su propio corazón, siguiendo la misma bandada; pero en ese momento, lo único que podía hacer era observar el momento en que su hijo revivía en los retoños de esa vida nueva que lo esperaba. Sentada frente a él, pudo ver como se desintegraba su noble corazón sin poder hacer nada: él solo tendría que ver los brotes que se aproximaban. Solo ellos le podrían mostrar su alma.